jueves, 14 de octubre de 2010
SERVICIO A LA HABITACIÓN
Imaginen lo que debió ser París en vísperas de la Exposición Universal de 1900. Un mundo de gente arribando a la ciudad que, prácticamente, era capital de la cultura. Todos prestos a disfrutar de un evento alegre, entretenido y educativo.
Sin embargo, hay una leyenda urbana que dice que no todos disfrutaron su estadía.
Nuestra historia comienza con dos mujeres, madre e hija, inglesas que vuelven a su patria luego de una larga estadía en la India. Han recorrido ya muchos kilómetros para regresar y París es la última etapa antes de cruzar el canal y llegar a Inglaterra.
Pero la Exposición Universal no estaba en sus planes. Cuando se bajan del tren, se encuentran con una ciudad que ya está a tope en cuanto a capacidad hotelera. No puede conseguirse ni una habitación, aún en pensiones o casas de familia.
No pueden continuar viaje hasta pasados dos días, pues sus pasajes así lo marcan. Pero no parecen tener la más mínima chance de encontrar alojamiento en la abarrotada ciudad. La convocatoria que ha generado el evento es tremenda.
Cuando menos lo esperan, parece que todo se soluciona: un cochero se les acerca. Se ha dado cuenta del problema y ofrece llevar a las inglesas a un hotel donde encontrarán alojamiento.
Las mujeres aceptan y en buena hora, pues la señora mayor no se encuentra muy bien de salud y necesita descansar urgentemente.
Son conducidas y, realmente, todo va bien: el hotel es tranquilo, pues es el único edificio en una calle apartada. Para mejor, hasta tienen una habitación para cada una.
Ya registradas y acomodadas, las mujeres planean descansar. Pero entonces se dan cuenta que el remedio que habitualmente toma la señora, se ha terminado.
Teniendo la receta, la hija se ofrece a buscar un farmacéutico. Y cuando baja a la recepción, nota que el mismo cochero está estacionado a la entrada. ¿Sabrá acaso dónde se conseguiría un remedio? Sabe.
No resulta fácil circular por la ciudad atestada. Calles enteras se han convertido casi en peatonales, por fuerza de las circunstancias.
Demoran más de lo pensado en llegar a la farmacia, pero al fin el cochero detiene la marcha en una esquina y señala a la joven un comercio cercano. Otra historia es conseguir el remedio, pues debe prepararse y esto lleva su tiempo.
La joven piensa si el cochero la estará esperando en la esquina. Quizás consiguió otro viaje mientras ella aguarda el remedio. Pero no le importa: ha prestado atención a las calles y a la ruta seguida. Puede volver por sus propios medios.
De todas formas, está de suerte: allí está el coche cuando ella sale de la farmacia. Regresan a tranco lento, pues otra cosa no es posible. Finalmente, a un par de calles del hotel, una multitud de gente ha copado el lugar: la muchedumbre pasea y disfruta de la música que toca una orquesta.
Es inevitable: la joven debe bajarse del coche y recorrer a pie el tramo que falta. Así lo hace.
Pero cuando llega a la esquina de la calle del hotel, nota que algo no encaja: lo único que se ve es un edificio ruinoso.
Sin embargo, no se ha desorientado: es el lugar correcto. Corre hacia el edificio y con horror lo identifica positivamente, pero no es más que una ruina tapiada y decadente. Sobre el dintel, pende un polvoriento cartel que se corresponde con el del hotel.
En plena crisis nerviosa de la joven, un policía intenta ayudarla. El gendarme la escucha con atención, pero le confirma que ese hotel ha permanecido tapiado y abandonado por décadas.
La muchacha no le cree, quiere hablar con su superior.
Y el comisario ya tiene suficientes problemas con su zona repleta de gente, pero ante la insinuación de una queja ante la embajada, decide actuar. Acude al ruinoso hotel con la joven, varios gendarmes y un par de obreros con herramientas.
La chica cree que sus problemas han terminado, que todo ha sido un engaño para robar turistas y que su madre está allí dentro.
Pero no es así.
Cualquiera que examinase la obra que ha tapiado la puerta, se daría cuenta de que está allí desde muchos años atrás, intacta. Aún así, el comisario da una orden y los obreros retiran con suma dificultad los gruesos tablones que cierran el paso en una ventana.
Ingresan al lugar, sólo para constatar que es un desastre mugroso y polvoriento donde ningún ser humano ha puesto el pie en mucho tiempo.
En la que fuera la habitación de su madre, no hay nada más que añejo abandono. Lo mismo que en la suya. Lo mismo que en todas.
La señora mayor fue reportada como desaparecida. Y nunca fue hallada.
El cochero, en cambio, fue plenamente identificado.
Había muerto veinte años antes.
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10 comentarios:
Hola Pelado!!! estas son la historias que me gustan.
Habra sido cierto???.
Una de las tantas leyendas urbanas.
Aprovecho para mandarte un saludo y un besito.Te leo siempre.-
Hola. Me encanta tu blog, tengo tiempo leyendo pero no me había animado a escribir, espero que goces de salud y tiempo para que puedas seguir deleitándonos con tus historias. ¿Has pensado en escribir un libro en base a tu blog?
Pinchita:
Yo sé que vos estás al firme.
La historia es interesante, aunque creo que hoy en día sería muy difícil corroborarla.
Es un misterio.
Besito.
Mik3:
Gracias por tus buenos deseos y tu comentario.
Es muy probable que tome tu consejo y comience a escribir sobre estos temas.
Un abrazo.
Jejeje, si tanto yo como mi novia somos seguidores asiduos de tus escritos y del Area 51.
Pues deberías seguir la idea, yo sería de los muchos que comprarían tus escritos.
¡Saludos!
M.
Saludos y gracias por tu comentario.
ahhhhh, me dió "cosita".
Me temía que el relato podía llegar a tal desenlace, no se porque, pero le veía una hilachita.
Pero me descuidé del cochero y me agarró mal paradp el final.
PAH ...
Geniales estas historias
Me alegro que te gusten, Mariolo.
Algunas de ellas han circulado por muchas décadas y algo de cierto deben tener.
Un abrazo.
WOW! buenísima historia!!
Nada mejor que las leyendas urbanas, Renata.
Por algo subsisten en el tiempo.
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