jueves, 20 de octubre de 2011

UN CASO PARA SHERLOCK HOLMES


Se rumorea que existe una maldición de Arthur Conan Doyle, la cual involucraría a todas las personas que, de una u otra manera, entran en tema con los derechos de las obras y papeles del escritor.

Puede que algo de cierto haya sobre el asunto, porque incluso el máximo experto sobre Sherlock Holmes terminó por entrar a la leyenda negra.

Richard Lancelyn Green había nacido en 1953 en Bebington (Cheshire, Gran Bretaña). Se graduó en Oxford en literatura inglesa, tras lo cual viajó extensivamente por Europa, India y el sudoeste asiático.
Pero si viajar le gustaba, había algo que lo fascinaba: todo lo vinculado con Sherlock Holmes, el famoso detective creado por Arthur Conan Doyle.

En particular, el "bichito" le había picado a los once años de edad, cuando leyó por primera vez un libro de dicho personaje. Tras terminar la lectura, acudió a su padre  para pedirle algo inusual: la posibilidad de asistir a una de las conferencias de la "Sherlock Holmes Society", grupo de carácter social y literario creado en 1951, abierto a todos los interesados en Holmes, Watson y su mundo.

Tan contento quedó Richard con lo que escuchó en la conferencia, que para sus doce años ya era miembro formal de la sociedad y, no sólo eso, sino que comenzó a usar el ático de la casa familiar para establecer una colección de todo material vinculado a Sherlock Holmes.


Con el tiempo, llegó a ser presidente de la Sociedad que le admitió como miembro siendo un niño. Y era estricta justicia, pues de adulto se convirtió en el mayor experto y coleccionista de la temática de su héroe literario.

Su colección abarcaba de todo: películas, casettes, cartas, manuscritos, juguetes, posters, revistas, juguetes y peluches vinculados a los personajes de Conan Doyle y al propio escritor.
¿Y libros? Claro que sí, libros también. Baste decir que su biblioteca contenía cientos de primeras ediciones en diferentes lenguas, así como todo lo que encontraba sobre los personajes.

Para que quede claro: se supone que la biblioteca del amigo Richard era la mayor que un particular haya reunido sobre un autor en particular. Además, fue editor de la primer bibliografía completa y anotada de las obras de Conan Doyle, escribió varios estudios sobre el escritor y se encargó de publicar algunos de sus textos inéditos, así como antologías de otros escritores sobre el tema.

No es poca cosa.

Sin embargo, un mal día, el especialista caería en las redes de su obsesión y se transformaría en un caso para Sherlock Holmes.

Según parece, allá por marzo del año 2004 fue anunciada una gran subasta de manuscritos de Conan Doyle, a llevarse a cabo en la famosa firma Christie's.
Esto suscitó un gran interés en el mundo de los coleccionistas amantes de la literatura, a la vez que una gran inquietud en Richard. ¿Por qué? Porque pensaba que esa subasta dispersaría un legado que la hija de Conan Doyle deseaba que quedara en la British Library.



Richard expresó sus opiniones en contra de la subasta y, según parece, eso tuvo inesperadas consecuencias.
Por de pronto, en varias charlas con amigos, les contó que una persona de acento norteamericano le había amenazado por teléfono y, peor aún, le parecía que estaba siendo seguido y que alguien había irrumpido en su apartamento.

Cosas de un tipo excéntrico que cruzó la línea y pasó a ser paranoico, habrán pensado algunos.

Pero el 27 de marzo de 2004, cuando la hermana de Richard le llamó por teléfono como hacía cada noche, se encontró con una desagradable sorpresa: Richard no atendía y, en su lugar, aparecía un mensaje en la contestadora grabado por otra persona.....con fuerte acento norteamericano.

Al acudir precipitadamente, la hermana encontró a Richard muerto, estrangulado con unos cordones de zapatos. De forma macabra, el o los asesinos habían desnudado el cadáver y lo habían rodeado de muñecos y peluches de los personajes de Conan Doyle, parte de la colección que Richard tanto atesoraba. Además, había señales de lucha en todo el apartamento.

La Policía lo solucionó a su manera: decretó que Richard se había suicidado, así como así.
¿Las sospechas del occiso? Pura paranoia.
¿La voz en el contestador? Un truco armado por el muerto.
¿Las señales de lucha? Destrozos causados por el occiso para despistar.
¿El estrangulamiento? Producido por el suicida.

El caso se dio por cerrado y punto.
Quizás Sherlock Holmes hubiera investigado un poco más. Lo suficiente para arribar a una solución correcta y poder decirle a su amigo de todas las horas:

"Elemental, mi querido Watson".

2 comentarios:

Bruno Azrael dijo...

Elementalmente compradisimos los polis!
es increible con que facilidad la "justicia" se corrompe por unos pesos.
Un abrazo.
Azra.

pelado1961 dijo...

Pero qué mal pensado, Azra, jajajajajaja.

Va un abrazo, amigo!!