
En tiempos no tan lejanos, hubo mucho "agite" periodístico acerca del llamado "peligro de las sectas", tanto en este país como en el mundo.
Más allá de algunas publicaciones puntuales y especializadas, de nivel más bien académico, creo que la obra de divulgación más difundida en Uruguay al respecto fue un libro del padre Elizaga: "Las sectas y las nuevas religiones a la conquista del Uruguay".
De lectura fácil, resulta bastante interesante. Aunque en su ánimo de brindar una visión abarcativa, me parece que termina metiendo en la misma bolsa a agrupaciones que no tienen nada en común. Pero eso es harina de otro costal.
Lo que quiero comentarles hoy es otro detalle de ese libro, que me llama poderosamente la atención: el hecho de que no se incluya ni mencione al "enemigo directo" de la Iglesia, o sea: las sectas satánicas.
Por supuesto, no me estoy refiriendo a los cuatro impresentables que por escuchar bandas de "black metal", hacer "cuernitos" con los dedos y emborracharse con bebida berreta, creen que son tremendos diabólicos.
Pienso, en cambio, en personas bastante más sofisticadas que eso. Gente que asume el satanismo como una filosofía de vida y, agrupada, constituye una secta. No tengo dudas de que tienen presencia en Uruguay. Les cuento por qué.
Bastantes años atrás, yo vivía por Malvín. En los trayectos de ida y vuelta hacia el trabajo, lugares de estudio y demás, hubo una casa que me llamó la atención: cercana a la fábrica de vidrio que ya no existe, se levantaba una vivienda que tenía inusuales adornos en sus rejas: dragones extraños.
No hubiera pasado de ser algo anecdótico, pero un día, hojeando un diario cualquiera, me encuentro con un reportaje donde muestran ese lugar: resulta que el dueño de casa, un hombre ya mayor, profesaba el satanismo y había sido entrevistado al respecto.
Mostraba entre sus pertenencias algunas piezas arqueológicas provenientes de todo el mundo, siempre con un denominador común: representaban dioses rebeldes, personajes mitológicos asociados a la "caída" del ser humano y así por el estilo. Y su pieza principal era un trono de tamaño natural, que afirmaba haber construído él mismo según los existentes en ceremonias antiguas.
Nada del otro mundo, después de todo. Puesto que siempre me he afiliado a la opinión de que "la casa de un hombre es su castillo", no me pareció mal que el tipo tuviera esos objetos antiguos, si le causaba un cierto placer estético.
Pero hubo un detalle del reportaje que fue más allá de las costumbres de un señor excéntrico: el hombre indicó que se realizaban reuniones de culto periódicamente en su hogar, con personas que compartían sus creencias.
Nunca más supe de algo similar a esto, hasta que topé con otro reportaje de un diario montevideano, donde se informaba de la fundación de una Iglesia Satánica en la ciudad de Minas:
Palabras más o menos, la nota periodística recoge los dichos de una persona que se oculta tras un seudónimo ("hermano Andrex") y cubre lo que sería la formación de la primer congregación de culto satánico en Uruguay.
Luego de darle varios palos a la "doble moral del católico", el entrevistado hace una curiosa observación: "Los mayores propulsores de Satanás han sido la Iglesia Católica y los nuevos pastores electrónicos".
También, a lo largo de la nota, se hacen algunas precisiones sobre el número de miembros (que se establece en cientos), las prácticas que realizan y sus fundamentos filosóficos (entre los que se cuentan los escritos de Anton La Vey).
Verdaderamente, un tema como para quedar perplejo.
Si les interesa la nota, pueden repasarla en este link.

Y a los amigos minuanos, les aconsejo prudencia: no sea cosa que tomen por inocente fogón de amigos, lo que resulte ser un aquelarre o misa negra. Porque todo es posible.