martes, 2 de junio de 2009

EL SEÑOR DE LOS CAÑONES


El hombre de la foto se llamaba Gerald Bull y, por cierto, merece el apelativo de Señor de los Cañones.

Quienes gusten de la Historia sabrán que las armas de artillería han captado la atención de los militares desde que existen. Y supieron quitar el sueño a grandes estrategas, desde Napoleón a Rommel.

Pero la barrera de su crecimiento parecía haber sido alcanzada, sobradamente, durante el transcurso de las dos guerras mundiales. En ellas, junto a la utilización profusa de diversos cañones construídos en serie, también se vieron algunas piezas totalmente fuera de lo común por lo monstruosas.

Para darles un ejemplo, les dejo un par de fotos de un cañón alemán de la Segunda Guerra Mundial, cuyo nombre coloquial era "Gustav".




El tal "Gustav" era un armatoste tan tremendo que necesitaba de una dotación de 1.500 hombres para su funcionamiento. Podía disparar su gigantesca munición (calibre: 80 cm) a una distancia de casi 50 kilómetros.

Que se sepa con certeza, fue utilizado durante el sitio de Sebastopol en el frente ruso durante 1942, disparando unas cincuenta cargas que causaron terribles daños en las fortificaciones.
Luego reaparece en 1944, durante un fallido contraataque alemán contra la ciudad de Varsovia, disparando unas treinta cargas. Y de allí en más, nunca se supo de él.

Su destino constituye de por sí un expediente XXL: ninguna de las potencias vencedoras manifestó haberlo encontrado (cosa rara, pues no creo que quepa en una maleta, ¿no?)
En fin, fuese como fuese el asunto, al terminar la guerra pareció que la era de los cañones había llegado a su fin. La nueva vedette de los jefazos militares eran los cohetes y misiles, que con el tiempo sirvieron para lanzar satélites y cargar cabezas nucleares.

Pero había un ingeniero obsesionado con los super-cañones: Gerald Bull.


Nacido en Canadá en 1928, Bull comenzó su carrera profesional en un instituto de investigación militar, donde canadienses y británicos cooperaban en el desarrollo de nuevas armas. Pronto llamó la atención por su inventiva y sus aportes, no sólo a ojos de sus superiores sino también de varias misiones militares estadounidenses que visitaron el instituto.

Hacia 1961 comenzó a trabajar en un ambicioso proyecto conjunto entre Canadá y USA: la utilización de cañones de largo alcance, tanto en su función de armas como en un nuevo papel: lanzamiento de cargas útiles al espacio.

La imagen a continuación es de las pocas que existen que muestran el cañón utilizado por Bull en pleno disparo:



Puesto que todo el proyecto era ultrasecreto, no hay demasiados datos sobre los resultados. Pero se sabe que admitieron haber lanzado un proyectil a una altitud de 180 kilómetros, lo cual no es moco de pavo.

Lo siguiente que se sabe de Bull es que se convirtió en un consultor independiente. Quizás no demasiado "independiente", porque comenzó a trabajar para el gobierno de Sudáfrica (un aliado estratégico de EE.UU. en ese momento).

La "guerra fría" estaba en pleno apogeo y Sudáfrica tenía un conflicto militar con Angola (a quien apoyaban soviéticos y cubanos). Y se supone que, bajo cobertura de la CIA, Bull desarrolló para Sudáfrica piezas de artillería mucho más avanzadas de lo que se conseguía por entonces.

Pero de pronto, todo cambió. Bajo la presidencia de Jimmy Carter, las investigaciones sobre actividades ilegales de la CIA comenzaron a tomar cuerpo rápidamente. Y el régimen sudafricano dejó de contar con el apoyo de los círculos oficiales de Washington.

Como resultado, Bull fue acusado de diversos cargos y marchó a prisión en 1980. Su reputación, su temple y su carrera se fueron al diablo en un santiamén.

Consideró que lo habían traicionado y probablemente le asistía razón en esa idea. Lo cierto es que al salir de la cárcel comenzó a trabajar para quien pusiese el dinero, obviando cuestiones de lealtades ideológicas: Bull se transformó en algo así como un científico renegado, digno de una película de James Bond.

Luego de un tiempo desarrollando artillería de campo para el ejército chino, encontró a alguien muy interesado en su concepto del cañón de largo alcance: Saddam Hussein.

Sólo que esta vez el arma proyectada era de proporciones apocalípticas: un cañón de 156 metros de largo, con un peso de 2.100 toneladas.
Aquí se ve una maqueta del mismo:


Y aquí una imagen del terreno que, debidamente acondicionado, serviría de base al super-cañón:



Por supuesto, las características del arma le darían un alcance de fuego enorme, que algunos sitúan en los 2.000 kilómetros.

Además, el proyectil podía portar no sólo explosivos convencionales, sino armas químicas, biológicas o eventualmente desechos radioactivos.

Para soslayar los embargos de armas y tecnología que soportaba Iraq, Bull tuvo la idea de mandar fabricar los componentes en forma separada, a diversos proveedores a lo largo del mundo. Muchas de las piezas fueron disfrazadas como "componentes de oleoductos", como las que vemos a continuación:




Probablemente, muchos de los que lean este post consideren imposible la construcción de este cañón. Habrá quien diga que sólo fue una "idea loca" que Bull le vendió a unos militares que tenían mucho presupuesto y poco ingenio.

Pero alguien, en alguna parte, se la tomó muy en serio: en 1990, en pleno proceso de construcción del arma, una mañana en que Bull llegaba a su oficina en Bruselas, le abordó un desconocido que le disparó cinco veces en la nuca y huyó.

Nunca fue hallado el culpable.

4 comentarios:

Mariolo dijo...

Y pensar que los guinistas, en Hollywood, hacen huelga (mental), teniendo terrible argumento.

Muy buena historia

pelado1961 dijo...

Mariolo:

Estaría muy bueno para una película, pero no creo que la hagan nunca (resulta que la CIA es uno de los sospechosos de "liquidar" al hombre).

Un abrazo!!

Adolfo Calatayu dijo...

Que informe magistral,Pelado !!! Sabido es que los conflictos bélicos han traído aparejados notables avances en lo tecnológico,-el único "saldo" positivo- en diversos campos. No es éste el caso,las super-armas siempre dan escozor y temor,y uno no puede dejar de preguntarse si vale la pena tal creación.
Un gran abrazo !!!

pelado1961 dijo...

Adolfo:

Creo que todos estos desarrollos no valen la pena: un cañón (o un super-cañón) no puede usarse para algo útil.

Un abrazo!!