sábado, 11 de julio de 2009

EN TODOS LOS TALLES

Una cosa que pronto llama la atención de toda persona que se ponga a investigar el "fenómeno OVNI", es la apariencia tan diversa de los alienígenas: los hay de todos los talles, por así decirlo.

En el post anterior, les conté sobre un caso de 1947 donde se trataba de seres de más de dos metros de altura. Ahora veremos otro suceso del mismo año, acontecido esta vez en Italia.


El profesor R. L. Johannis era un hombre de múltiples intereses, pintor y escritor que vivía en Milán pero gustaba de excursiones y alpinismo. En estos menesteres fue que llegó a Raveo, un pequeño poblado italiano cercano a Villa Santina (Carnia, Friuli).

La mañana del 14 de agosto de 1947 salió de excursión en solitario, tomando un sendero rocoso que subía por una montaña. Al salir de uno de los recodos ascendentes del camino, se encontró con algo totalmente inesperado: posado sobre una meseta, un aparato de forma discoidal estaba a unos 50 metros de él.

Metálico y de tonalidad rojiza, el profesor le calculó unos 10 metros de diámetro. Siguió acercándose todo lo que el terreno le permitió, para observarlo mejor: notó entonces una cúpula baja o domo central que apenas sobresalía en el centro del disco. No parecía haber aberturas ni detalle alguno, a excepción de lo que parecía ser una especie de antena telescópica.

Johannis deseaba acercarse más, pero debía trepar la pared rocosa para ello. Buscó con la mirada la presencia de alguien en la zona, gente que pudiera ayudarlo en la subida y sirviera de testigo de la observación. Parecía tener suerte: de un montecillo cercano, aparecieron un par de niños.



El profesor les gritó con fuerza, señalando el platillo volador y tratando de llamar su atención.

Vaya si lo logró: se dirigieron presurosos hacia el hombre, mientras éste notaba con horror que no se trataba de niños, sino de seres extraños.

Se acercaron a Johannis hasta llegar a unos pasos y el profesor los pudo ver claramente: tenían no más de 90 centímetros de altura y vestían una especie de uniforme azul enterizo (overoles) con un ancho cinturón rojo.
Las cabezas de los seres eran grandes para su tamaño, tan desproporcionadas como las haría un caricaturista.

Johannis sintió miedo sólo de observarlos: su piel era de un color "verde terroso", de un aspecto que luego compararía con el de la plasticina. Los ojos eran enormes y sin párpados, con una especie de músculo prominente alrededor. La vista de una pupila que era casi una línea horizontal hizo sentirse de veras mal al profesor.

Lo que siguió fue peor: del centro del cinturón de uno de los seres surgió una luminosidad gaseosa que transmitió un shock eléctrico al hombre y dio por tierra con su humanidad.



Inmóvil pero conciente, el profesor notó que uno de los seres se agachaba junto a él y tomaba el pico que Johannis solía llevar en sus excursiones. Por un momento temió lo peor, pero el alienígena se limitó a llevarse la herramienta y dirigirse a la nave junto al otro.

Johannis notó, horrorizado ya, que la mano del ser tenía ocho dedos (opuestos cuatro a cuatro) y más bien parecía una garra.

Luego, la nave despegó y el profesor demoró bastante en lograr moverse. Finalmente volvió maltrecho y cansado al poblado, donde dibujó el esbozo que ilustra este post y muestra la apariencia de los seres.

Con los años, su posición respecto a lo que vio ha cambiado: al principio pensaba que los seres eran verdaderos alienígenas y ahora cree que se trataba de una especie de robots controlados por seres inteligentes.

También dice, un poco en broma y un poco en serio, que su pico debe estar en algún museo extraterrestre.
No creo que lo piense reclamar.

2 comentarios:

Mariolo dijo...

eehhmmmm

este si que me parece de película de ciencia ficción, y de las baratas, las de los 70. que se yo

pelado1961 dijo...

Es que todas esas pelis se hicieron pensando en los relatos de los "contactados" (y creo que fueron menos fantasiosas que los hechos, jajajja)

¿Dónde está Ed Wood cuando uno lo necesita??