viernes, 1 de julio de 2011

LAS EXTRAÑAS EXPERIENCIAS DE UN AVIADOR


Víctor Goddard fue un integrante pionero de la Real Fuerza Aérea británica. Atravesó dos guerras mundiales y sobrevivió, lo cual no es moco de pavo. Pero por si esto pareciera poca cosa, diremos que este hombre tuvo, a lo largo de su vida diversas experiencias con el mundo de los fenómenos paranormales.

La primera de ellas le aconteció con apenas once años de edad, pero siendo ya cadete de una escuela militar (los tiempos eran otros y se podia ingresar a una carrera en la milicia con muy poca edad).
El año era 1911 y el pequeño Víctor estaba feliz por tener un fin de semana para estar en familia. Pero apenas llegó a su casa notó una extraña inquietud en su madre, un desasosiego que la turbaba.

¿Cuál era la causa? La señora había leído las noticias sobre una crisis militar en Marruecos, la cual podía derivar en una guerra entre Francia y Alemania, con Inglaterra seguramente interviniendo en caso de producirse.
Mientras la madre de Goddard le hablaba de sus temores, lloraba continuamente. Y fue entonces cuando el pequeño, movido por el deseo de consolarla, soltó de golpe unas palabras que le salieron sin saber de dónde:

"No te preocupes, madre. No habrá guerra hasta agosto de 1914. Y durará hasta 1918, pero yo estaré bien".

Naturalmente, la señora no se calmó en absoluto. Simplemente, consideró que su hijo le estaba diciendo cualquier cosa, lo primero que le venía a la mente para que se tranquilizara. Pero esas palabras volverían a la mente de ambos en agosto de 1914, cuando Inglaterra entrase en la Gran Guerra (que posteriormente se llamaría Primera Guerra Mundial).


Precisamente tras el fin de esa guerra (que atravesaría sin un rasguño, como le vaticinó a su madre) es que Víctor Goddard tendría un segundo contacto con los fenómenos paranormales.
El año es 1919 y encontramos a Víctor enrolado en la fuerza aérea. La guerra ha terminado hace apenas un par de meses, cuando el escuadrón recibe una típica orden británica: deben tomarse una foto de grupo para que sea incluída en los archivos oficiales.

Se trata de menos de 200 hombres, un escuadrón bastante raleado por los avatares del combate. Pero una orden es una orden y todos se ponen al servicio del fotógrafo militar enviado. Se los agrupa y se toma la foto, que debe ser perfecta para los archivos de guerra.
Luego del revelado, el profesional examina puntualmente la imagen para determinar si servirá o si, en su defecto, habrá de tomarse otra.

Es entonces cuando el fotógrafo se siente fastidiado. En una parte de la imagen aparece un hombre que parece haber llegado tarde a la foto. Ni siquiera se ha puesto la gorra del uniforme. Y no se le ve bien, pues está detrás de un compañero, casi oculto. Además, supone el fotógrafo que a causa de la iluminación y las sombras, su silueta es difusa.

Lo vemos a continuación, en la parte de la foto donde aparece y en una ampliación:


El fotógrafo sabe que el hombre será sancionado, pero no tiene otro remedio más que informar al comandante y solicitar permiso para volver a tomar otra imagen. Ya en el despacho del comandante, explica la situación y el oficial, que examina la foto, de pronto palidece.
Apenas balbucea unas enigmáticas frases como respuesta:

"No se tomará otra fotografía, eso se lo aseguro. El escuadrón está....realmente completo en la imagen y además.....no puedo ordenarle al sargento Jackson que pose con la gorra para usted".

Cuando el fotógrafo pregunta el motivo, la explicación lo deja atónito:

"El sargento Jackson falleció el día anterior a que se tomara la foto. Y el escuadrón llegaba de su entierro cuando los hicimos agruparse para usted."

La foto, por supuesto, no fue repetida. Está en los archivos oficiales británicos y, dadas las circunstancias, muchos hombres del escuadrón solicitaron una copia (Goddard entre ellos).
El sargento mecánico Freddy Jackson (que es el hombre sin gorro) había muerto efectivamente en un accidente antes de tomarse la fotografía.

La siguiente experiencia paranormal de Goddard le acontecería en 1935.


Para entonces, Víctor Goddard era un excelente piloto militar. Y una mañana se hallaba al mando de un biplano Hawker Hart (como el de la imagen anterior), cuando atravesó una peligrosa situación.

El tiempo era muy malo y se hallaba volando en Escocia sobre terreno montañoso. Las nubes eran tan copiosas y oscuras que Goddard intentó elevarse por encima de ellas para tener una visión mejor. Pero había llegado a los ocho mil pies de altura sin superar las nubes, cuando tuvo una desgracia: el motor falló y el avión comenzó un abrumador descenso en espiral.

El espiral se transformó en picada incontrolable y Goddard se encaminaba hacia una muerte segura. Luchando con el motor y los controles, se encontró más pronto que tarde a unos doscientos pies de altura, cuando recuperó la funcionalidad del aparato y lo enderezó a tiempo.
Estaba tan cerca de tierra que las nubes quedaron encima de su avión y la visibilidad era buena, a tal punto que lograba ver un aeródromo militar cercano:


Goddard sabía que se trataba del aeródromo de Drem, pues era el único en la zona. Pero algo no andaba bien en su aspecto: se veían edificios nuevos y algunas estructuras estaban pintadas de colores diferentes. Por supuesto, esos cambios eran imposibles en el breve tiempo pasado desde el despegue.

A fin de observar mejor, el piloto decidió hacer una pasada sobre la pista. Y allí fue donde entendió que algo anormal estaba sucediendo, pues vio a varios mecánicos vestidos de mameluco azul, que trabajaban en aviones de color amarillo, uno de ellos un monoplano como el que vemos a continuación:


Lo cierto es que nada encajaba. La Real Fuerza Aérea no tenía monoplanos como ese, no pintaba sus aviones de color amarillo y, encima, sus mecánicos no tenían overoles azules.
Además, el personal de tierra del aeródromo no parecía ver el avión de Goddard ni reaccionaba al ruido de su motor.

No era momento para reflexiones, porque el avión podía fallar otra vez y Goddard tenía que llegar a su destino. Se encaminó hacia la base de destino y allí se reportó. Comentó el incidente con sus superiores y éstos fueron expeditivos: le preguntaron directamente si estaba borracho.
Ya en conversación con sus colegas, el piloto obtuvo la confirmación a sus ideas: el aeródromo de Drem no tenía nada de lo que Goddard vio.

Prudentemente, Goddard no incluyó nada de lo que le pasó en su reporte oficial, donde quedó asentada la falla del motor y nada más. Pero tanto él como sus camaradas recordarían lo sucedido cuatro años más tarde, en 1939, cuando algunos aparatos de la R.A.F. comenzaron a usar el color amarillo, los mecánicos militares fueron provistos de overoles azules y un monoplano igual al visto por Goddard comenzó a ser utilizado para entrenamiento (el Magister M14).
Por supuesto, fue el año en que el aeródromo de Drem fue reacondicionado y se agregaron nuevos edificios.

El último suceso extraño que le aconteció a nuestro amigo Goddard fue en 1946 y comenzó en la ciudad de Shanghai.



Recién había terminado la Segunda Guerra Mundial y Víctor Goddard pasaba su última noche en la ciudad. Estando en una fiesta de camaradería, precisamente ofrecida en su honor, uno de los presentes se le acercó y le dijo en un aparte:

"No sé si debería decirle lo que voy a contarle, pero tengo que hacerlo para estar en paz conmigo mismo."

Quien hablaba así era un conocido de Goddard, el capitán Gladstone (por entonces comandante de un crucero británico). Y la historia que relató acto seguido fue más que extraña.

"Soñé que usted partía en un avión con la tripulación y tres pasajeros civiles. Creo que el aparato era un Dakota. Lo que quiero decirle es que, en ese sueño, vi también que el vuelo tenía dificultades, teniendo que hacer un aterrizaje forzoso tras pasar unas montañas. Pero todo salia mal, se estrellaban y morían, incluido usted."

Goddard sopesó muy bien las palabras de su interlocutor. Las experiencias vividas con anterioridad le habían enseñado a considerar seriamente los fenómenos paranormales. Pero un sueño era, la mayor parte de las veces, sólo un sueño. De modo que tranquilizó al capitán y no volvió a hablarse del tema.

Al día siguiente, cuando Goddard llegó al aeródromo dispuesto a tomar su vuelo, se encontró con la primer sorpresa desagradable: el avión que le esperaba era un Dakota.

El DC3 Dakota era un avión de transporte militar, uno de los tantos tipos usados por entonces. Pero tampoco era tan raro que le hubiese tocado uno. Lo que sí hubiera sido raro, pensó Goddard, es que hubiera pasajeros civiles en su vuelo militar, cosa totalmente prohibida que, por sí sola, quitaba credibilidad al macabro sueño que le contaron.

Para su sorpresa, tres civiles subieron tras él en el avión. Se trataba del Cónsul General más un periodista y una secretaria que le acompañaban. Las influencias del Cónsul les habían permitido tomar ese vuelo, cosa que iba contra las reglas.
Sin tiempo a decir nada, ya los motores rugían y el aparato rodaba por la pista. El escenario del desastre estaba armado tal y como lo había soñado el capitán Gladstone.

El vuelo comenzó en forma placentera (aunque supongo que Goddard no se sentiría del todo bien), hasta que el aparato comenzó a experimentar problemas. Sumado a esto, el tiempo tormentoso empezó a zarandear el avión. Al fin, ya en territorio japonés (se dirigían a Tokio) el piloto anunció que haria un aterrizaje forzoso, pues no podía continuar en vuelo.

Goddard miró por la ventanilla y vio las montañas anunciadas en el sueño. Sabe Dios cómo logró conservar la calma, aunque supongo que si había pasado por un par de guerras espantosas, ya sabría tomar las cosas con cierta filosofía.
Pasaron las montañas, el piloto buscó un claro y realizó el aterrizaje forzoso. Todo igual que en el sueño, excepto que el descenso salió bien y nadie resultó lastimado.

Cuentan que lo primero que hizo Goddard al llegar a la ciudad, fue poner un telegrama para el capitán Gladstone:

"99 por ciento de su sueño fue acertado. Por eso le envío este telegrama desde el más acá."

Goddard moriría con 87 años, habiendo dedicado los últimos veinte a la investigación de los fenómenos paranormales, tema que le interesaba enormemente.
Lo cual no resulta raro, teniendo en cuenta sus extrañas experiencias.

4 comentarios:

Rosa dijo...

No debe ser muy cómodo vivir de sobresalto en sobresalto pero por suerte una de esas vivencias le sirvió para salvar su vida y la de sus pasajeros.
Saludos pelado.

pelado1961 dijo...

Realmente, Rosa, con todas esas experiencias vividas, no me sorprende que el hombre se haya dedicado luego a la investigación de fenómenos paranormales.

Saludos!!!

Anónimo dijo...

ME ENCANTARIA PODER VIVVIR ALGUNAS DE TODAS ESAS EXPERIENCIAS...

SALVO LA DEL AVION!!!

SALUDOS...

pelado1961 dijo...

Anónimo:

Totalmente de acuerdo. Me imagino la expresión del tipo cuando todo lo que le dijeron se fue dando paso a paso!!!!
Tuvo suerte.

Saludos.