domingo, 22 de enero de 2012
EL PERSONAJE QUE SE IMPUSO AL AUTOR
Cuando un escritor logra publicar su primer novela y ésta resulta ser un super éxito de crítica y de ventas, queda en posesión de una espada de doble filo. Se ha hecho de un nombre con rapidez, pero a la vez se encuentra en la encrucijada de mantenerse a la altura de ese trabajo inicial que lo hizo conocido.
Algo así le pasó a Norman Mailer. Cuando escribió su primer novela, "Los desnudos y los muertos", tenía mucha tela para cortar, mucho material palpable como fuente de inspiración.
Sucede que Mailer había combatido en la Segunda Guerra Mundial, en el frente del Pacífico. Y de allí extrajo las experiencias y los personajes con los cuales construyó su ópera prima. Publicada en 1948, fue objeto de una aceptación inmediata.
El problema para el escritor fue encarar su segunda novela. Comenzó con una idea general: mostrar a un hombre que renta un cuarto para trabajar en una novela sobre la guerra. De a poco, los demás personajes y las situaciones irían surgiendo, pensó Mailer.
Pero la cosa no fue tan sencilla.
El borrador no progresaba mucho, hasta que una madrugada, Mailer despertó de golpe, con la idea de agregar un personaje nuevo: un espía ruso. No concordaba demasiado con la trama, por lo cual ni siquiera el propio escritor comprendió del todo esa idea que había tenido. Pero agregó a su espía imaginario.
Para sorpresa del escritor, el trabajo comenzó a dar frutos. Página tras página, el borrador fue creciendo. Y el personaje del espía ruso, que apenas tenía importancia o cabida al principio, se fue haciendo cada vez más crucial. Al final, ya con la novela terminada, el espía ruso era el personaje dominante en la trama general.
La novela llevaría por título "Costa bárbara". Se publicaría en 1951 y tendría malas críticas y pobres ventas. Pero si bien los lectores la condenaron al olvido, Mailer volvería a acordarse de ella unos años más tarde, cuando detuvieron a Rudolf Abel:
En el año 1957, el FBI lograría uno de sus arrestos más sonados: el espía ruso Rudolf Abel (seudónimo de Viliam Fisher), jefe de una red de inteligencia soviética en USA, sería capturado en un cuarto de hotel de Nueva York.
A medida que se fueron conociendo los detalles de la vida y actividad de este súper espía, la prensa los fue exponiendo para conocimiento del público. Entre estos datos, se supieron las distintas locaciones donde Abel había vivido.
Y Mailer quedó muy sorprendido cuando supo que, en el preciso momento en que tuvo esa súbita "inspiración" de incorporar un espía ruso como personaje en su novela, el espía ruso estaba viviendo en el piso de arriba de su apartamento.
Jamás lo había visto ni había cruzado palabra alguna con él, no se conocían. Y de haberse conocido, Abel, que era un profesional a toda prueba, nunca hubiera dado indicio alguno de su verdadero metier (de hecho, fue arrestado porque uno de sus subordinados cometió un error).
Mailer siempre recordó esta extraña anécdota, a la que se negaba a catalogar como "coincidencia".
En todo caso, es un suceso que parece ir más allá del azar.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
5 comentarios:
Jojojo,me encantan este tipo de historias xD
Bienvenido, Byron !!!
Espero que sigas encontrando historias interesantes por aquí.
Saludos.
Que historia!
Otra prueba más de que lo que llamamos azar, es algo más que coincidencia o suerte.
Amigos:
Es realmente un caso bien raro, porque es como si la imaginación del escritor se hubiera visto influenciada sin saberlo.
Va un abrazo.
Publicar un comentario