viernes, 9 de septiembre de 2011

EL SANTO PATRONO DE LOS PIRATAS AÉREOS



Supongo que los piratas aéreos no tienen un Santo Patrono, pero si lo tuvieran seguramente sería Dan Cooper. Veamos quién fue este señor.

Nuestra historia comienza el 24 de noviembre de 1971 en la ciudad de Portland (USA). Es víspera del Día de Acción de Gracias, por lo cual hay mucho movimiento de viajeros.
En el aeropuerto de Portland, varios pasajeros suben al vuelo 305 de la compañía Northwest Orient, en un cómodo Boeing 727 con destino a Seattle. Entre ellos, aborda un hombre identificado como Dan Cooper en los registros.

Aparenta ser un hombre de negocios o quizás un profesional. Traje, gabardina, lentes oscuros y un elegante alfiler de corbata. Lleva un maletín de cuero. Nadie de quien sospechar.

Nuestro hombre se sienta en la parte trasera del avión. Luego del despegue, parece interesarse en una bonita azafata.



En cierto momento, el hombre estira su brazo para darle una notita a la azafata. La chica piensa que se trata de un número de télefono y lo guarda en su bolsillo sin mirarlo.
Quizás en ese momento se sintió halagada, pero pronto cambia el tono de la situación.

Al ver que la azafata no ha leído su nota, nuestro hombre espera unos minutos y se dirige hacia ella.
Le habla al oído con voz suave, pero firme:

"Le sugiero que lea lo que hay en esa nota. Tengo una bomba."

La chica lee entonces la nota, donde básicamente se decía que el hombre portaba una bomba en su maletín y la haría estallar si no se cumplían sus demandas: 200 mil dólares y cuatro paracaídas, que debían ser entregados en el aeropuerto de destino.


La azafata salió disparada hacia la cabina de mando, dando cuenta de la situación. El piloto informó a la torre y éstos se pusieron en contacto con la Policía y el FBI.
El consejo inicial del FBI hacia el personal de vuelo fue doble: parecer cooperativo con el pirata y, a su vez, intentar corroborar si de veras llevaba una bomba encima.

Con esa idea en mente, la azafata volvió al asiento del hombre y le indicó que sus demandas habían sido transmitidas. Enseguida quedó algo en claro: fuese quien fuese en realidad el tal Dan Cooper, conocía los procedimientos del FBI, porque le dijo a la chica:

"Supongo que le pidieron que averiguara si realmente tengo una bomba, ¿no? Bueno, pues sáquese la duda"

Y procedió a entreabrir el maletín para que la chica viera el contenido: dos cilindros rojos de tamaño considerable, en medio de un cableado con una batería.

"¿Satisfecha?"

La azafata enmudeció. Pero había visto lo que necesitaba ver. Volvió a la cabina y comunicó lo que sabía a las autoridades. Allí fue donde el FBI se tomó en serio el asunto.


Reunieron el dinero, tal como Dan Cooper lo pedía: billetes de 20 dólares sin marcar y de numeración variada. Pero se tomaron el trabajo de microfilmar los diez mil billetes, para rastrearlos posteriormente.
También consiguieron los cuatro paracaídas, del tipo específico que se había solicitado (el pirata insistió en que no podían ser paracaídas militares).

Entretanto, Cooper seguía en el avión, que ahora daba vueltas sobre el aeropuerto de Seattle. Mientras esperaba que le aprontaran lo demandado, se tomó un bourbon cortado con refresco de limón (y pagó la copa, aunque nadie pensaba cobrársela).

Cuando el dinero y los paracaídas estuvieron listos para ser entregados, así se le comunicó al pirata.
Allí fue donde Cooper dio otra muestra de conocer los procedimientos sobradamente: indicó al piloto que aterrizara el avión y luego lo dirigiera a una zona apartada de la pista, para evitar los francotiradores del FBI.

Llegados allí, se hizo el intercambio: un empleado de la compañía aérea subió a bordo con el dinero y los paracaídas, ante lo cual Cooper permitió que bajaran los pasajeros (36 personas). La tripulación quedó a bordo, mientras los agentes del FBI se estrujaban la mente.

¿Qué haría ahora el pirata? ¿Tendría cómplices entre la tripulación? ¿Para qué quería cuatro paracaídas? (Saltar en paracaídas desde un avión de línea era algo que nunca se había hecho).

Las dudas se despejarían a la brevedad. Cooper ordenó que el avión fuera reabastecido, tras de lo cual despegaron con rumbo hasta Reno (Nevada). El pirata dio instrucciones específicas al piloto sobre velocidad, altitud y despresurización de la cabina.

A los veinte minutos de iniciado el vuelo, nuestro hombre se dirigió solo hacia el fondo del avión.
Los pilotos observaron entonces una luz indicadora de que la puerta trasera estaba siendo abierta.

Y nunca más se supo de Dan Cooper.


La fuerza aérea había remitido dos cazas F 106 para seguir al avión secuestrado, pero la mala visibilidad reinante impidió que sus pilotos vieran a Cooper saltar. La cacería humana dispuesta por el FBI no tuvo resultado alguno. Las teorías de posibles cómplices entre la tripulación no condujeron a nada.

El pirata fantasma había dejado, adrede, algo  detrás de sí: la corbata con el alfiler elegante. ¿Por qué? Nunca se supo.


Las huellas dactilares encontradas no estaban en ninguna base de datos. No se halló concordancia con las de ninguna persona.
Los números de los billetes fueron remitidos a toda dependencia policial del país, pero jamás se detectó transacción alguna efectuada con ellos.

El FBI interrogó a más de mil sospechosos, sin encontrar pista alguna. Cuatro meses después del episodio, creyeron tener al culpable cuando un tal Richard McCoy hizo una jugada similar a la de Dan Cooper en otro vuelo comercial, pero se determinó que era un imitador, un copycat (las huellas dactilares no concordaron).

Los años, lejos de aportar pistas, aumentaron la incertidumbre.
En 1978 se encontró en una zona agreste cercana, un cartel perteneciente a la puerta trasera del avión. En 1980 un niño de ocho años encontró parte de un paquete de los billetes originales, a orillas del río Columbia (5.880 dólares en total).

Esto último generó la teoría de que Cooper habría muerto en el salto y perdido el dinero, pero en realidad parece más bien una maniobra de cobertura (quizás el hombre, que parecía tener todo muy bien planeado, abandonó un paquete a propósito para que sus perseguidores pensaran eso).

Para el final, unos datos anecdóticos:
  • Los billetes encontrados por el niño fueron entregados a la Policía. En 1986 la justicia determinó que fueran repartidos entre el pequeño (que ya no era pequeño), el FBI, la aerolínea y la compañía aseguradora.
  • Pese a no ser una gran suma, el joven los conservó y tuvo su recompensa de grande: en el año 2008 puso 15 billetes a subasta y obtuvo 37.000 dólares por ellos.
  • Este caso de piratería aérea es el único que permanece no resuelto en USA.
  • Si tienen algún billete de 20 dólares por ahí y quieren chequear por si es uno de los que se llevó Dan Cooper, pueden entrar a esta página.

4 comentarios:

Mariolo dijo...

El tipo un verdadero genio, aunque me deja muchísimas dudas.

Puede ser un ex FBI o ex alguna aerolínea, o algo así, que tenía craneado como hacerles una linda jugada.

pero .... ¿Nunca más se lo vió?, mmm ... este no habrá venido del futuro como el otro del casino, ¿no?

pelado1961 dijo...

El tipo parece que tenía todo muy planeadito y, además, conocimiento de los procedimientos.
Igual, lo más raro fue el escape: que se sepa, fue la primera vez que alguien saltó en paracaídas desde un avión de línea.

Tuvo que ser, entonces, alguien con entrenamiento fuera de lo común (¿alguien de las fuerzas especiales?).
De última, como vos decís, algún viajero del tiempo (vamos a tener que poner una aduana o algo así, jajajajjaja)

Va un abrazo.

El radioaficionado dijo...

Quizás el señor esté en algún país Sudamericano sin muchos controles con el dinero guardado y disfrutando de la buena vida...

Un abrazo.

pelado1961 dijo...

Radioaficionado:

No, no, no, eso es imposible.
Fíjese que con los estrictos controles que se ejercen sobre los capitales en estas latitudes, tal cosa no tiene chance.................. ...............jaajjajajjaajjaja

(Y no es Día de los Inocentes)

Va un abrazo.